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Instituto de Diversidad y Ecología Animal (IDEA CONICET UNC)

Aridez al descubierto


Hay dos ideas erróneamente instaladas, aparentemente inconexas pero definitivamente entrelazadas, que hermanan a la Argentina con Venezuela. Primero, la noción de que el expresidente argentino Julio Argentino Roca, luego de la campaña conocida como Conquista del Desierto, conquistó algo que estaba realmente desierto. Segundo, que Venezuela solo alberga las más atractivas playas paradisíacas y zonas montañosas. Y es que comúnmente solemos asociar la palabra desierto con algo que está vacío o incompleto: «La calle era un desierto» o «La tribuna estaba desierta». La sequedad, la falta de cobertura vegetal y las altas temperaturas nos generan la sensación de escasez, de insuficiencia, de ausencia. Yo lo creía también así hasta que me topé con uno de los mejores maestros: la experiencia. Hoy tengo el placer de invitarlos a viajar y conocer los ecosistemas más ocultos de mi territorio natal: Venezuela. A los mismísimos lugares que me inspiraron y me enseñaron a descifrar los secretos mejores guardados de la aridez. Porque los ambientes áridos esconden mucho más que viento, calor y arena. Y, spoiler alert, no están vacíos ni son todos desiertos como el de Atacama. Los invito a descubrir la Venezuela árida.

Entre cactus y tunas, enormes cantidades de arena y una brisa que despeina

Así se resume el entorno en el que crecí. Específicamente, el estado Falcón, en Venezuela (que en Argentina, equivaldría a una provincia). Comúnmente, mis compatriotas venezolanos y venezolanas hablan de verdes montañas cuando se refieren a sus conexiones con la naturaleza durante sus infancias. Sin embargo, en mi caso, la aridez formó parte de mi niñez sin que yo llegara a ser muy consciente de ello. No le atribuyo directamente a la aridez mi deseo de ser científica, pero forma parte de mis primeros pasos por observar lo que me rodea y conocer cómo funcionan las cosas.

El estado de Falcón es una región ambientalmente muy diversa que se ubica en la zona costera de Venezuela, con el Mar Caribe justo al frente. Playas paradisíacas, gigantescos médanos de arena, hondos valles surcados por caudalosos ríos, grandes y tupidos bosques verdosos, y zonas ventosas y secas. Todo en un mismo lugar. Desde los más populares humedales costeros y bosques lluviosos hasta las más desconocidas zonas áridas, como los extensos Médanos de Coro: kilómetros y más kilómetros de arena, dunas, viento y sol en pleno territorio venezolano. Al igual que la mayoría, por mucho tiempo consideré las zonas áridas como sitios de baja productividad y poca importancia. Pero eso no es del todo cierto. Aunque, para ser sincera, esto solo lo supe cuando tuve la oportunidad de comenzar a explorarlos. Me emociona muchísimo poder contarles un poco acerca de estos maravillosos lugares radicados en Falcón, mi estado natal, tan esquivos y escasamente instalados en el imaginario colectivo por fuera de Venezuela. Porque Venezuela es mucho más que playas caribeñas y bosques tropicales.

Viaje a las arenas

Era un sábado seco y caluroso. Pocas personas se emocionan por levantarse un sábado a las 6 de la 14 mañana para ir a una salida de campo. Yo lo agradecía ya que sabía que era para poder ganarle a los primeros rayos del sol inclemente. Aún así, cuando llegamos a destino, el sol logró rasgar mi cara con fuerza y el viento pudo incrustar innumerables granos de arena en mi piel. La aplastante y por momentos asfixiante humedad que caracteriza al resto de Venezuela apenas se sentía aquí. Lentes oscuros, goraro y protector solar. Y camisa manga larga para protegerse de los despiadados rayos del sol. Infaltables en una salida de campo como esta. Supuse que estaba lista, pero nada me había preparado para esta aventura cara a cara con la aridez. Nada me advirtió, por ejemplo, de mi súper caída en un sector pantanoso y que terminaría con la ropa empapada y sucia. A partir de esto, siempre llevo ropa de más (sí, porque las caídas en sitios inoportunos son más comunes en las salidas de campo de lo que nos gusta reconocer).

Hasta ese momento, en ninguna de las materias de la carrera de Ciencias Ambientales habíamos estudiado demasiado acerca de estos ambientes. No importaba. Todo lo que debía saber, todo lo que me iba a motivar a estudiarlos, y todo lo que me iba a llevar a enamorarme de ellos, lo iba a experimentar en persona en este recorrido al cerro Santa Ana y el poblado de Taratara.

Destino número 1: escalera al paraíso

De camino a la Península de Paraguaná, una modesta extensión de tierra donde se situaba nuestra primera parada, lo primero que observamos desde la carretera fue el impresionante cerro Santa Ana. Su figura destaca fácilmente desde lejos porque es la única elevación en toda una planicie árida que caracteriza esta región. Dada su importancia ecológica e impactante belleza, el cerro Santa Ana fue declarado Monumento Natural hace exactamente 50 años. Con una superficie de 1.900 hectáreas (equivalentes al tamaño de casi 2.600 canchas de fútbol juntas) y casi a 830 metros sobre el nivel del mar, la zona comprende una inmensa diversidad distribuida a lo largo de una suerte de escalera de seres vivos divisible en cuatro escalones o niveles completamente diferentes entre sí, los que se conocen como pisos bióticos.

Cada uno de estos pisos bióticos alberga especies de plantas, animales, hongos y microorganismos particulares. Toda esta diversidad va cambiando conforme aumenta la altitud, lo que hace más emocionante el recorrido. Además, el cerro Santa Ana es también hogar de diversos endemismos: organismos que sólo viven allí y no se pueden encontrar en ningún otro sitio del planeta. Por ejemplo, la increíblemente bella tarántula azul (sí, ¡azul!) Chromatopelma cyaneopubescens, la especie insignia de Falcón. Al arribar al primer piso biótico, un sol inclemente nos dio la bienvenida. Distribuido en la franja más baja del cerro, este primer piso está compuesto por especies adaptadas a entornos de escasas precipitaciones y altas temperaturas, como son las especies del emblemático género Prosopis y Aloe. Los argentinos, y más específicamente los cordobeses, deben conocer a estos géneros muy bien: Prosopis incluye árboles muy populares como el algarrobo y el caldén; mientras que Aloe contiene al famoso Aloe vera. Acá, en el primer piso, se evidencia la influencia de los vientos alisios del Caribe: masas de aire cargadas de humedad que, al incrementar la altitud, brindan un constante aporte de humedad que se deposita gradualmente en forma de agua. Gracias a este incremento en la humedad, en el segundo piso biótico se origina un marcado cambio en la vegetación y, por consiguiente, en la configuración del ecosistema que pasa de una vegetación predominantemente xerófita (adaptada a la sequedad) a una vegetación propia de bosques húmedos premontanos.

¡Solo unos metros más arriba y ya nos sentíamos en un lugar totalmente distinto! Y casi, pero casi, que lo es. Esta humedad y calidad del aire dan soporte al establecimiento de una vegetación leñosa de alto porte y una fuerte presencia de organismos epífitos (es decir, organismos que viven sobre otros organismos) como las Bromelias humilis y una gran variedad de líquenes. Esta configuración se ve fortalecida en el tercer piso biótico, donde abundan los suelos pantanosos y resbalosos, sobreabunda mucha más humedad y sobreviven muchas más bromelias. Finalizamos nuestro ascenso por esta escalera de biodiversidad en el cuarto piso biótico, que se caracteriza por la presencia de la endémica “palma enana” Geonoma paraguanensis, especie que reafirma el valor conservacionista del Cerro Santa Ana. En la cima, la sensación es de estar entre las nubes y, nuevamente, en otro sitio. La espectacular vista desde allí te atrapa y te fuerzas a soltar un suspiro de anhelo por permanecer indefinidamente en este paraíso.

Destino número 2: cuna de pobladores áridos

Con ansias de más aridez, partimos hacia nuestro segundo destino: Taratara. El poblado de Taratara se encuentra al este de la ciudad de Coro, la capital de Falcón, desde donde partimos inicialmente atravesando la ciudad para salir directamente al paisaje árido que caracteriza los alrededores de la región. En el camino, la vegetación nos reveló esta realidad de forma inmediata y, a medida que nos acercábamos al pueblo, el panorama se alejaba más de la arquitectura de ciudad para mostrarnos un centro habitado en medio de la rural aridez falconiana. Este poblado enmarcado por tunas y cujíes, árboles propios de este escenario, encierra también estructuras que un día fueron parte de depósitos arqueológicos de gran importancia nacional, donde se pone en evidencia el desarrollo primitivo de la región. Además, Taratara alberga a una población humana trabajadora, conformada por agricultores y pescadores que, a pesar del ambiente en el que habitan, apuestan por sembradíos, cría de animales y captura de especies para abastecerse y para transportar con fines comerciales hacia centros más urbanos.

A lo largo del trayecto, nos acompañaron especies de aves cantarinas, insectos de colores llamativos, reptiles que acechan a sus presas tras las amenazantes espinas, frutos dulces en medio de la sequedad, y suelos traicioneros que se aprovechan de la flora para protegerse. También conocimos los alrededores de este pueblo, y cómo el ecosistema se conecta a zonas notablemente secas pero que, al mismo tiempo, acceden a una porción de mar. Algo realmente impresionante es notar cómo la vegetación se impone ante el paso de quebradas contaminadas que desembocan en el mar que luego ofrece sustento a esta población. O cómo el suelo relata el accionar de la humanidad y del paso natural del tiempo sobre estructuras rocosas, murallas y estructuras naturales que se levantan a orillas de la playa, otorgando a esta localidad cualidades únicas e históricas dentro del estado Falcón. Toda una experiencia digna de resaltar. Así, el sitio que hace miles de años fue hogar de mamuts, hoy demuestra que las zonas áridas tienen un potencial natural donde la vida puede predominar frente a la adversidad, frente a la intervención humana y evolucionar para mantenerse diversa, atractiva y aprovechable.

Escenarios llenos de vida, más allá de las películas del Lejano Oeste

Mi inesperado viaje a Santa Ana y Taratara logró despertar mi interés por entender todo lo referente a su biodiversidad y a su conservación. También me llevó a comprender que para conservar, primero debemos conocer. Conocer el entorno, la biodiversidad y las interacciones entre los componentes de los ecosistemas 18 de Santa Ana y Taratara fue así un primer paso que me permitió no solo valorar las zonas áridas, sino también comenzar a pensar en iniciativas para conservarlos. A nivel global, casi el 41% de la superficie terrestre está constituida por ecosistemas áridos y más del 38% de la población humana mundial vive en ellos. Debido a los efectos del uso inadecuado del suelo y al cambio climático, los sistemas áridos están experimentando una acelerada expansión, con lo cual se espera una proporción cada vez mayor de zonas áridas. Por esto, su estudio es clave para su gestión, su preservación, y para intentar anticipar cambios en otros ecosistemas sometidos a esta creciente aridez.

Uno de los principales indicadores de actividad de un ecosistema es la productividad: cuánta materia orgánica (como troncos y ramas de árboles, aserrín o excrementos de animales) produce ese ecosistema en un determinado espacio y durante un cierto período de tiempo. Cuando hablamos en términos de productividad, las tierras áridas ciertamente son menos productivas en comparación a los bosques tropicales. No obstante, las zonas áridas tienen mucho más que ofrecer. Por ejemplo, una gran diversidad de especies, muchas de las cuales se encuentran únicamente en estos ecosistemas. Esta diversidad emblemática y única, en conjunto con los fascinantes paisajes y la diversidad cultural asociada a las zonas áridas, contrasta con la percepción negativa que la mayoría de las personas tiene sobre ellas. De hecho, solemos asociar al término zonas áridas, palabras como condiciones extremas y desafiantes, escasez impredecible o crecimiento limitado.

En biología, cuando hablamos de conservación nos estamos refiriendo básicamente a la búsqueda y hallazgo de acciones concretas que logren garantizar la preservación de la biodiversidad a partir de un enfoque integrador. Para ello, profesionales en el área de biología y ciencias ambientales, nos encargamos de definir protocolos y planes con estrategias que contribuyan a fortalecer la protección de aquellas especies y ecosistemas más vulnerables y a favorecer acciones que tiendan al desarrollo sostenible. En particular, la situación de las zonas áridas es preocupante debido a la poca atención que han recibido en cuanto a planes de manejo, lo que ha causado que las estrategias orientadas hacia su conservación sean escasas y presenten una insuficiente representación en el sistemas de áreas protegidas. Las zonas áridas tienen un valor ecológico y socioeconómico clave, más del que reciben. Sus características propias imponen importantes limitaciones a los organismos que las habitan, por lo que desarrollan una variedad de adaptaciones a estas condiciones tan extremas y particulares. ¿No es asombroso? Además, estos ecosistemas no sólo representan centros de endemismo por albergar un gran número de especies que sólo pueden habitar ahí, sino que también brindan valiosos servicios ecosistémicos.

Las zonas áridas merecen nuestra atención. Al igual que yo aprendí a reconocer la belleza en las zonas áridas y ahora me dedico a estudiarlas, los invito a que, como sociedad, podamos cambiar la impresión negativa que tenemos sobre estos ecosistemas poco apreciados para comenzar a considerar su verdadero valor y todo lo que tienen para ofrecer.


Soy Mariángeles Petit Estrella, venezolana y Licenciada en Ciencias Ambientales. Actualmente, estoy haciendo mi doctorado en Ecología de Zonas Áridas y me interesa entender los factores antropogénicos que influyen en el riesgo de extinción de especies de aves. Me encanta el mar, el sudoku y las empanadas.