Desde la costanera de Miramar de Ansenuza podemos ver como el agua se extiende hasta el horizonte. Es la laguna Mar Chiquita, de agua salada y tamaño colosal: más de un millón de hectáreas de extensión. Allí viven numerosas especies de aves, mamíferos, anfibios, reptiles y peces; aunque sin dudas, los que captan la mayoría de las miradas son los flamencos con sus plumas rosadas y sus patas largas y elegantes. La laguna también es el lugar elegido por cerca de medio millón de aves migratorias que llegan desde Norteamérica, el norte de Sudamérica, la Patagonia, la Puna y las Sierras de Córdoba y San Luis. Y por si esto no fuera suficiente, es el hogar de especies en riesgo de extinción, como la tortuga terrestre y el aguará guazú.
Estas características únicas evidencian la necesidad de proteger este ambiente. Sin embargo, a diferencia de otras áreas protegidas, en la laguna Mar Chiquita (también conocida como Mar de Ansenuza) es notable la presencia humana. Miramar de Ansenuza, la ciudad más turística de la zona, cumple en este 2024 cien años de existencia y en ella residen más de tres mil habitantes. Las poblaciones instaladas en la zona se dedican fundamentalmente a la ganadería (toda la zona es una cuenca lechera) y el turismo. Echar a la gente para mantener un ambiente “prístino” no es una opción viable. Pero entonces, ¿es posible compatibilizar la conservación de la naturaleza con la actividad económica? Veamos.
Construir consensos
Hace más de diez años comenzamos a trabajar con la idea de transformar la laguna en un parque nacional. Para ello realizamos un proceso de trabajo mancomunado y consensuado, con un enfoque multidisciplinario y multisectorial. Contamos con la participación de intendentes de toda la región (más de 20 localidades), autoridades provinciales y nacionales, instituciones, ONG locales e internacionales, escuelas, emprendedores, productores y actores de la sociedad civil. Este consenso ampliado debió cumplir con algunas consignas claves.
En primer lugar, debíamos identificar los valores que necesitábamos conservar y validar estas necesidades. Dicha tarea, inicialmente gestada por naturalistas y amantes de la naturaleza, se vio validada por el sector académico que argumentó sólidamente con infinidad de estudios científicos el rol clave que esta unidad de conservación brindaba como prestadora de servicios ambientales tan esenciales para la sociedad.
En segundo lugar, gestionar políticamente la apropiación de la iniciativa por parte de aquellos actores estratégicos que finalmente tendrían el poder decisorio de convertir este proyecto en ley en el Congreso Nacional.
Por último, avanzar en una construcción colectiva y conquistar la voluntad popular. No quedan dudas que este objetivo resultó ser el más importante en todo el proceso. El proyecto necesitaba que la sociedad lo validara y pidiera por la creación de un nuevo Parque Nacional.
El 30 de junio de 2022, el Congreso de la Nación Argentina sanciona la Ley N° 27.673 creando el Parque Nacional Ansenuza y materializando así una oportunidad para la conservación de este increíble humedal. Se logró de este modo generar un “mar” de oportunidades para todos los ciudadanos que decidan aprovecharla.
El día después: cómo se implementa un Parque Nacional
La realidad es que no existen reglas matemáticas o un manual de usuario que nos indiquen los pasos a seguir para poner en funcionamiento una nueva área protegida. Cada unidad de conservación presenta un escenario diferente, con actores diferentes.
En nuestro caso, dedicamos grandes esfuerzos en una etapa clave que fue la de socializar con la comunidad lo que significaba, finalmente, tener un parque nacional en la región. No fue un trabajo de un día para el otro, sino algo que muchos actores comprometidos con la causa fueron sembrando durante años en el colectivo de Ansenuza. Estos actores, entre los que podemos nombrar a las ONG Aves Argentinas y Natura Argentina, fueron nuestros padrinos en el territorio, llevándonos a cada rincón del parque nacional, lo que nos permitió tener una visión integral de lo que significaría esta nueva gran responsabilidad.
Nos encontramos con que rodear el área protegida significaba recorrer 600 km de rutas consolidadas, caminos de ripio y tierra, y en algunos casos simplemente huellas que quedan anegadas en épocas de inundación. Si queríamos tener una presencia estratégica en el terreno debíamos pensar en establecernos a lo largo y ancho del humedal; y así lo hicimos, contando en la actualidad con tres Sedes Administrativas y un Destacamento de Guardaparques. En este aspecto, una tarea no menor fue la de priorizar los recursos humanos, financieros y materiales teniendo en cuenta que no llegaría todo junto pero debíamos trabajar desde el día uno.
Hoy nuestro equipo se compone de 13 compañeros y compañeras con profesiones diferentes pero una misma motivación: consolidar nuestro parque nacional. Somos un equipo joven entusiasmado con la idea de proteger una porción de territorio en suelo argentino. Somos Guardaparques Nacionales, Combatientes de Incendios y profesionales en las áreas de recursos humanos, sociales, administración y conservación.
Haciendo los deberes en términos ambientales
Resulta complejo pensar cómo proteger un humedal que supera el millón de hectáreas. Y aún más complejo resulta ponerlo en práctica.
Pronto a cumplirse el segundo año de la creación del parque nacional comenzamos a observar los primeros indicadores que justifican haberle asignado la máxima categoría de protección. Con esto nos referimos al registro de cinco nuevas especies que no tenían cita reciente para la región: el osito lavador (Procyon cancrivorus), el gato del pajonal (Leopardus colo colo), el tapetí (Sylvilagus brasiliensis), el zorro de monte (Cerdocyon thous) y el yurumí (Myrmecophaga trydactila). Esta última especie nos sorprendió hace poco, luego de décadas sin registrarse su presencia en la provincia de Córdoba. Posiblemente son especies que han estado siempre y su registro solo responda al hecho de que hoy contamos con más actores trabajando en el territorio. Cualquiera sea el motivo, celebramos estos registros y que cada día seamos más personas compartiendo esfuerzos en esta labor.
Sin embargo, no todas son buenas noticias. Vemos con preocupación diferentes amenazas, principalmente vinculadas a la cuenca del Río Dulce, que hacen a la integridad y sostenibilidad del humedal. A esto se le suman la invasión de especies exóticas y el avance de la frontera agropecuaria, entre otras amenazas que serán abordadas mediante acciones de manejo incluidas en nuestro Plan de Gestión próximo a iniciarse.
Nuestro rumbo
El rol de las áreas naturales protegidas durante décadas se ha limitado a cumplir con estándares de conservación para que los recursos naturales y sus procesos ecológicos pudieran mantenerse lo más prístinos posibles y con la menor intervención posible de nuestra especie. Estas intervenciones fueron sostenidas con cierto éxito pero comienzan a mostrar sus limitaciones en la actualidad cuando comenzamos a experimentar los efectos de una crisis ambiental en ascenso, con la reducción paulatina de territorios significativos para conservar y el aumento creciente de la presión sobre recursos naturales cada vez más limitados.
¿Es posible lograr el desarrollo económico de las zonas protegidas a la vez que se conserva el ambiente? Desde el parque creemos que sí. Las áreas protegidas ofrecen una oportunidad de crecimiento a las comunidades que lo circundan y sus economías locales, pero que también producen beneficios a escala provincial y nacional. Para ello es necesario planificar cómo asignarle una nueva categoría de uso al territorio e idear estrategias innovadoras para alcanzar las metas propuestas.
Estamos convencidos de que ahora debemos concentrarnos en el rol que cumplirá el parque nacional como promotor del desarrollo de economías regionales de una manera sostenible y amigable con el ambiente. Necesitamos romper con la disyuntiva “producir vs. conservar” y contamos con el mejor escenario para demostrar que esto es posible.
El Parque Nacional Ansenuza es el escenario propicio para pensar nuevas estrategias porque fue pensado desde una mirada regional y anclada en el territorio. Cada municipio y comuna trabajó sobre sus fortalezas y debilidades, haciendo el ejercicio de visualizar el rumbo que iban a tomar en materia productiva. La creación del parque nacional permitió pensar e implementar una nueva matriz productiva para la región, en especial en lo que respecta al desarrollo turístico, que redundará en beneficios económicos directos e indirectos. Aunque es un proceso que llevará tiempo, los primeros resultados ya pueden verse. En una de sus localidades de cabecera, Miramar de Ansenuza, se registró un aumento de casi un 400 % de la ocupación hotelera entre el 2022 y el 2023.
Como consecuencia de esto, numerosos recursos de los distintos niveles de gobierno y del sector privado se direccionaron a planificar acciones que acompañen el crecimiento que se estaba produciendo. Esta tarea presenta un alto nivel de complejidad. Fue necesario generar estrategias de desarrollo que proporcionen igualdad de oportunidades para una región que presenta realidades totalmente diferentes en tan solo 100 km de distancia. Por un lado, tenemos parte del arco sur del humedal con una matriz socioproductiva ligada a la lechería junto con un escenario natural de fácil accesibilidad. Por otra parte, en el norte de la laguna Mar Chiquita tenemos una realidad totalmente opuesta, con un ambiente hostil, con pocas posibilidades de implementar los modelos de producción tradicional y una densidad poblacional muy baja con familias de escasos recursos económicos, sin acceso al agua, salud ni educación.
La creación del Parque Nacional Ansenuza implica una gran responsabilidad, que debe abordarse mediante la implementación de políticas públicas que cuenten con el apoyo de la sociedad. Para ello se debe diseñar e implementar un modelo de gobernanza en el territorio que permita dirimir conflictos y lograr acuerdos.
El gran desafío que enfrenta la multiplicidad de actores que se ven involucrados en el parque nacional consiste en abordar la conservación de una manera sostenible en el tiempo, contemplando al mismo tiempo la mejora de las condiciones de vida de las personas que habitan en la región. Este gigante para la conservación lo hará posible. Salud por eso.
Matías Carpinetto es Guardaparque Nacional desde hace más de 20 años y estudiante de la Licenciatura en Conservación y Desarrollo Ecorregional (UNM). Nacido y criado en Córdoba, trabajó en varios parques nacionales del norte de nuestro país. Disfruta de las salidas en donde la naturaleza te sorprende, también de la fotografía y la comida casera.