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Instituto de Diversidad y Ecología Animal (IDEA CONICET UNC)

Científicas y científicos sin fronteras: entrevista a Nicolás Pelegrin


Una de las facetas más hermosas de hacer ciencia es la ausencia casi por completo de barreras geopolíticas: ¡se hace ciencia en todos lados! Sin embargo, las políticas públicas y decisiones que adopta cada país junto a su cultura, visiones y tradiciones atraviesan por completo el quehacer científico. Muchas veces, ese entramado complejo y cambiante enfrenta a investigadoras e investigadores a tomar decisiones desafiantes.
Particularmente, cuando buscamos oportunidades de trabajo estables en entornos que nos permitan crecer profesionalmente. Algo de esto fue lo que le pasó a Nicolás Pelegrin. Tras un pendular ciclo entre sierras cordobesas, desiertos texanos y selvas amazónicas, Nico decidió finalmente cruzar el puente para instalarse en Brasil. Pero, ¿qué hace que optemos por irnos a hacer ciencia a otros lugares? ¿Cuán fácil o cuán difícil se torna la decisión de irse del país?
La vida laboral de Nicolás Pelegrin no parece estar signada por la quietud ni la tranquilidad. Suena, sobre todo, a aventuras y búsqueda de desafíos constantes. Nico es biólogo e investigador en el IDEA. En realidad, lo era hasta hace muy poquito, cuando tomó la decisión de mudarse a Minas Gerais para asentar su carrera laboral en el país de los carnavales y las caipirinhas. Y ya lo estamos extrañando.

Tamara: Antes de empezar a charlar sobre tu ‘fiesta de despedida’, ¿Podés aclararnos qué estudia un herpetólogo? ¿Y qué estudiabas vos en particular acá en Córdoba?

N: Un herpetólogo estudia diversos aspectos de la vida de anfibios y reptiles: dónde viven; cuántos y cuántas especies diferentes hay en un lugar; qué comen; cómo se reproducen; entre muchas otras cosas. Yo en particular empecé estudiando cómo las actividades de la humanidad los afectan. Por ejemplo, si es que modificamos la antidad de individuos que habitan un lugar o si cambiamos el número o tipo de especies que podemos encontrar. También si algún aspecto de su vida cambia, como la actividad, los lugares que usa como hábitat, o su relación con otras especies. Sin embargo, al notar la falta de información en general acerca de la diversidad de anfibios y reptiles de la gran ecorregión del Chaco, empezamos a muestrear algunas localidades donde había falta de datos.
Empezamos por una localidad del Chaco Húmedo, en Formosa, donde, entre otras cosas, registramos una ranita nueva para Argentina. Paralelamente al muestreo en Formosa, empezamos un muestreo de una reserva en Tanti, acá en Córdoba. Y también iniciamos un proyecto que sigue hasta hoy en las Salinas Grandes de Córdoba, ¡el segundo mayor salar del mundo! Allí muestreamos prácticamente toda la costa Este de las Salinas, registrando algunas cosas muy interesantes, como la presencia de dos especies de lagarto que no estaban registrados para la provincia, una especie nueva de lagarto endémico que tenemos que terminar de describir (¡una especie nueva para la ciencia!). Ameivula abalosi, nuevo lagarto para Córdoba, encontrado en Salinas Grandes y el hallazgo de otra especie de la que hacía décadas que no teníamos nuevos registros.
Paralelamente a estos estudios, iniciamos algunos trabajos evaluando el riesgo de extinción por cambio climático en lagartos, e incursionamos en aspectos más teóricos como la búsqueda de patrones ecológicos generales y su relación con la evolución de los lagartos.

T: ¿Y cómo se vincula tu línea de investigación cordobesa con el proyecto que planeás llevar a cabo allá?

N: Básicamente, tengo la oportunidad de apuntar a preguntas un poco más complejas, construyendo sobre las preguntas que empecé a estudiar en Córdoba. En Córdoba tenía la necesidad de muestrear, ya que hay muchos vacíos de información: áreas enormes que nunca fueron estudiadas o donde se realizaron estudios rápidos. Ya la zona en la que me voy a instalar, en Brasil, es una ecorregión mucho mejor muestreada, así que voy a muestrear algunas reservas muy próximas a la ciudad que no fueron estudiadas aún y me voy a enfocar en cuestiones más experimentales, tanto de ecofisiología como comportamentales.

T: Contanos un poco cómo llegaste por primera vez a Brasil. ¿Qué fue lo que te llevó hasta allá?

N: La incertidumbre. No saber si al año siguiente iba a ser un doctor en Biología desocupado que el mercado no quiere ni necesita. Mi director de doctorado, el Dr. Enrique Bucher, siempre me decía: «hay que salir del pueblo chico para saber que hay que salir del pueblo chico». En ese momento, yo había presentado mi pedido de ingreso a carrera de investigador de CONICET y quería empezar a hacer estudios comparando la ecología de reptiles del Chaco con la de algunas ecorregiones de Brasil. Entonces, decidí contactar a un investigador de Brasil para conocer su laboratorio y esas ecorregiones que me interesaban. Fui por primera vez en febrero de 2011, me quedé por un mes y me di cuenta de que Bucher tenía razón. Tuve que salir para saber que tenía que salir. Una semana después de llegar a Brasil, me ofrecieron una bolsa de posdoctorado y en octubre de 2011 volví a Brasilia por un año.

T: La idea de instalarte en Brasil de forma definitiva, ¿la venías masticando hace tiempo? Contános un poco cómo fue el proceso hasta que llegaste a tomar esa decisión.

N: Yo no tenía intenciones de emigrar de Argentina, ¡mucho menos a Brasil! Mi elección del país fue puramente laboral. No me gustaba la música brasilera, no me gustaba el idioma, ni la comida. De hecho, no sabía una palabra en portugués cuando llegué allá. Sin embargo, el tiempo que pasé en la Universidad de Brasilia me abrió la cabeza en varias cosas. Primero, yo inconscientemente asumía que la situación de la ciencia en América Latina era la que nosotros vivíamos día a día en la UNC (que es una de las mejores universidades de Argentina). Llegar a Brasil y ver la gigantesca diferencia en inversión, disponibilidad de recursos y facilidad en conseguir permisos de colecta, investigación, etc. fue un golpe de realidad muy importante.
También lo fue entender que los límites políticos no deben ser un límite a la hora de planificar un estudio, que existen formas de hacer ciencia más eficientes que la que yo conocía, que hay que colaborar con otros investigadores sin tanta paranoia, etc. En poco tiempo, había conocido y estrechado vínculos con investigadores (y grandes personas) no solo de diferentes partes de Brasil, también con varios de Estados Unidos. Personas abiertas y dispuestas a colaborar sin grandes vueltas.
Cuando volví a Argentina formé un laboratorio que rápidamente se llenó de alumnos y traté de aplicar lo que había aprendido. Busqué financiar mis proyectos con fuentes internacionales y realizamos muestreos que nunca me hubiera planteado antes. Entre noviembre de 2013 y febrero de 2014 muestreamos una localidad del Chaco formoseño (¡mandamos todo el material de campo como encomienda por colectivo!) y otra en las sierras de
Córdoba. Y, en 2015, iniciamos un proyecto en Salinas Grandes que sigue hasta hoy, con muestreos de un mes (¡o más!) de duración cada uno.
El laboratorio fue creciendo, pero los recursos no llegaban. Yo había ganado un subsidio de investigación trianual para el proyecto en Salinas en 2015, pero que no fue pagado hasta el 2020. Sumado a esto, nuestros salarios fueron perdiendo cada vez más frente a la inflación y los malos gobiernos. Mis colegas brasileños me decían que vaya a Brasil, que ahí iba a poder trabajar y vivir mejor, pero la idea de mudarme de país y separarme de mi hijo no me gustaba, hasta que ya la situación no dio más y tuve que tomar la decisión de emigrar.

T: ¿Cuánto peso en esa decisión tuvieron los aspectos emocionales? ¿y los más racionales?

N: Los dos aspectos fueron igualmente importantes, con argumentos a favor y en contra. Por un lado, en Córdoba ya tenía un grupo formado y estábamos trabajando muy bien, con alumnos de grado y posgrado e incluso con un posdoc en el laboratorio. Por otro, no había recursos para investigación, la situación financiera me estaba ahogando, no había ninguna perspectiva de mejora a futuro (en cuestiones salariales) y cada vez más tenía que poner plata de mi bolsillo o dependía de una pequeña porción de dinero de un subsidio institucional para hacer los muestreos del proyecto y hasta para comprar elementos de uso diario (como lámparas, mobiliario, aire acondicionado para las oficinas, etc.). A eso se le suman las enormes y constantes trabas de las agencias de medio ambiente para la colecta y realización de estudios.
En cuanto a lo emocional, mi familia entera está en Córdoba, incluido mi hijo que ahora tiene 20 años. Pero por el otro lado, toda la familia de mi esposa está en Brasil y ella había pasado por algunos problemas de salud y necesitaba también el soporte de su familia. El sistema brasilero hace que el currículo de los profesores mejore rápidamente, ya que aparte de las obligaciones en cuestiones de enseñanza, rápidamente son buscados por alumnos de graduación y pos-graduación y son requeridos para participar en tareas de gestión. Por otro lado, las universidades brasileras (por lo menos las de ciudades mayores) cuentan con muchos recursos, lo que facilita mucho el trabajo. Por ejemplo, el transporte (incluido el combustible) de los alumnos y profesores para realizar tareas de campo dentro del municipio es pago por el instituto y realizado por la flota propia de vehículos de la universidad. Los profesores que entran a la universidad reciben una oficina, muebles y una computadora nueva y todo el material de enseñanza es provisto por la universidad a pedido del profesor. Todo eso, sumado a mi ya existente red de colaboradores en Brasil y Estados Unidos facilitó la decisión desde el punto de vista racional, ya que las perspectivas de trabajo eran muy buenas. Desde lo emocional, mi hijo ya es un hombre y me puede venir a visitar cuando quiera, y mi esposa e hija (¿no te conté que tengo una hijita de 4 años?) están bien. Y si ellas están bien, ¡yo también!

T: Aparte de lo que acabás de mencionar, ¿qué semejanzas y qué diferencias encontrás entre hacer ciencia allá y hacer ciencia acá?

N: El sistema entero es muy diferente. Tanto el sistema universitario como el científico. Las Universidades Federales de Brasil tienen cupos y para entrar, todos los estudiantes secundarios deben hacer una prueba muy pero muy difícil. En función de la nota de esa prueba, van a poder acceder a diferentes universidades. A mejor nota, mejor universidad. El problema con ese sistema es que favorece a quienes fueron a escuelas mejores (escuelas privadas) y que tuvieron recursos para pagar cursos paralelos para prepararse para esa prueba. Con ese enorme filtro y con los cupos existentes, las cohortes de alumnos en la universidad pública son chicas (una única comisión de 25 alumnos en promedio) y hay un solo profesor para cada materia (no hay cátedras con una estructura de varios profesores como en la UNC).
Las universidades públicas argentinas en general no tienen restricciones al ingreso, por lo que el número de alumnos es mucho mayor y el número de profesores también. Eso significa que, suponiendo una inversión igual, Argentina se divide en un número mucho mayor de alumnos y profesores que acaban recibiendo una porción menor de recursos que un alumno universitario de Brasil.
En Brasil no existe la carrera de investigador de CONICET y son los profesores universitarios quienes hacen ciencia. Entonces, mientras que un investigador de CONICET tiene la “única” responsabilidad de investigar, buscar recursos para sus proyectos y formar recursos humanos, un profesor de Brasil tiene que investigar, formar alumnos, organizar y dar clases (teóricas y prácticas) y hacer gestión: ¡punto para la carrera de investigador!
Como para que te des una idea, con menos de un año trabajando allá, yo ya tengo tres tesinistas, un alumno de maestría, una becaria de iniciación científica, soy curador de la colección herpetológica de la Universidad, soy el profesor de dos materias de grado, miembro del Consejo del Instituto y miembro del Colegiado de Extensión. La cantidad de tiempo que le puedo dedicar a hacer investigación es muchísimo menor que la que podía dedicarle en Córdoba, pero al mismo tiempo hace que tenga que ser más eficiente.

T: ¡Qué interesante! No tenía idea de esas diferencias… ¿y culturalmente? ¿Existe una cultura de trabajo distinta a la nuestra? ¿Sufriste algún episodio de primerizo digno de anécdota?

N: Creo que no. No veo diferencias a ese nivel. Sí hay muchas diferencias culturales, pero no veo que trabajen diferente.

T: ¡Queremos saber cómo es tu nuevo lugar de trabajo! ¿Cómo es la ciudad? ¿Vas a muestrear en la selva amazónica?

N: Estoy en una ciudad que se llama Uberlândia, que queda dentro del estado de Minas Gerais y a unos 2500 km de Córdoba. Y antes de que me preguntes, no, ¡no es la ciudad donde se creó Uber! (chiste). Uberlândia significa “tierra fértil” y queda en el sur de la ecorregión del Cerrado, en contacto con áreas de Mata Atlántica. Es una ciudad de tamaño medio, con un poco más de 700000 habitantes, y es una de las ciudades más grandes del interior de Brasil. Es una ciudad agradable y muy desarrollada, con un clima que para los estándares cordobeses es agradable todo el año. Las temperaturas en invierno rara vez bajan de 13 o 15 grados (solo a la noche) y en verano rara vez pasan de los 35. Tiene un parque de la ciudad muy parecido al Parque Sarmiento, con la gran diferencia de ser un poco menor y estar completamente rodeado por rejas, por lo que el acceso es por algunas entradas vigiladas.
Hay varios arroyos que nacen en la ciudad, que aparte es atravesada por un río. Esto hace que haya varios parques que protegen esas nacientes y las orillas de los cursos de agua. Alrededor de la ciudad y a menos de 30 minutos hay varias cascadas de gran tamaño para visitar.
La universidad (Universidade Federal de Uberlândia, UFU) es una universidad federal con aproximadamente 30000 alumnos. Estoy en el Instituto de Biología dentro de uno de los campus que hay en la ciudad. Varias cosas de la ciudad me resultan familiares de una manera rara. La ciudad es relativamente “joven”, imagino que por la influencia de la universidad. En Córdoba, desde la ventana de mi oficina podía ver tapires, carpinchos, y varios tipos de aves porque el Centro de Zoología Aplicada queda dentro del Zoológico de Córdoba.
Acá, simplemente porque es una región tropical, desde mi ventana veo (y oigo) monos tití en los árboles del campus y muitú y zarigüeyas paseando por las veredas. En el parque de la ciudad hay manadas de carpinchos y perezosos en los árboles, lo que hasta hoy me parece irreal.
Alrededor de la ciudad hay algunas reservas interesantes de Cerrado y Mata Atlántica que estoy planeando muestrear en los próximos años. Por ahora, y hasta conseguir más recursos, voy a empezar con un proyecto de herpetofauna urbana (hay varios parques con vegetación preservada y cerrados al público). También estoy montando un laboratorio de ecofisiología de anfibios y reptiles.

T: Sabemos que además de Brasil, o tal vez debido a una de tus estancias en Brasil, tuviste la oportunidad de irte a Texas a trabajar con uno de tus “ídolos”. ¿Cómo fue eso?

N: En 2011, un mes después de llegar a Brasil, me enteré que el Dr. Eric Pianka, uno de los ecólogos más importantes de los últimos 50 años y cuyos trabajos fueron una gran fuente inspiración para mi, iba a la universidad donde yo estaba para dar una conferencia con motivo de los 50 años del Programa de Posgraduación en Ecología de la UnB. Mi director de posdoc, el Dr. Guarino Colli, tenía muy buena relación con Eric y era, de hecho, quien lo había convencido de viajar a Brasil. Pianka se quedó unos cuatro o cinco días en Brasilia y yo tuve muchas oportunidades para interactuar con él. Un detalle que fue fundamental en esta historia, es que cuando Pianka llegó, hacía unas dos semanas que yo había vuelto de una expedición de un mes en el Amazonas y ya en Brasilia había descubierto que tenía una larva de “ura” en el antebrazo: una mosca que se alimenta de carne viva y completa todo su ciclo en su huésped. Siendo Cordobés, biólogo y capaz que demasiado curioso, yo había dejado crecer esa larva en mi brazo, sabiendo que no era un peligro para mi salud (¡decime si no es interesante!). Pianka se enteró de mi “experimento vivo”, lo que fue en cierta forma un facilitador de conversaciones.

La cosa es que en 2016 surgió la oportunidad de viajar a USA a hacer una estadía de investigación y pensamos que sería increíble trabajar con Pianka. Le escribí presentándome y preguntando si recordaba que lo había conocido en Brasil. Y respondió: “¡Claro que me acuerdo! ¡Sos el del bicho en el brazo!”. La cuestión es que aceptó recibirme, y en abril de 2016 viajé a Austin donde estuve con una beca de CONICET por 6 meses más otros seis meses contratado por la Universidad de Texas como Asistente Científico.
Trabajamos en la elaboración de una tabla periódica de nichos (una forma de organizar especies en grupos de acuerdo a sus características ecológicas) de lagartos de todo el mundo, que rindió uno de los trabajos más importantes de mi carrera hasta ahora y, según Pianka, su obra cumbre. La experiencia con Pianka fue increíble, con muchas historias y aprendizajes y tengo el honor de haber sido su último colaborador postdoctoral.

T: Brasil resultó para vos una fuente de alegrías. No solo en el campo laboral. También en el personal, ya que allá conociste a Suelem, tu compañera. ¿Cómo fue ese encuentro? ¿Qué rol juega hoy ella en tu vida?

N: Digamos que el primer mes de estadía en Brasil ¡rindió mucho! Ese primer mes fue una expedición al Norte del estado de Mato Grosso, donde el Cerrado, que es una sabana tropical, se convierte en selva amazónica. En ese lugar increíble se hizo un curso de posgrado de ecología de campo con la participación de profesores de varias universidades y de varias disciplinas, donde se dieron prácticas de campo cortas sobre plantas, aves, mamíferos, peces, reptiles, anfibios, insectos, etc.
En ese viaje hice mis primeras armas en portugués (de hecho tuve que dictar un par de prácticas en un portuñol rudimentario), conocí personas que son grandes amigos hasta hoy, y conocí a Suelem, mi esposa y madre de mi hija Sofia.
La primera vez que vi a Suelem fue cuando estábamos llegando al lugar donde sería nuestro campamento. En un momento el convoy (eran más o menos cuatro camionetas y colectivos con equipamientos, alumnos y profesores) se detuvo y vi por la ventana de la camioneta una chica que pasó corriendo, se tiró al piso y metió la mano en un hueco. Atrás de ella llegó otra persona, que también metió la mano en el hueco. Resulta que vieron un tatú y nada, les pintó empezar el muestreo en el medio de la nada. Yo, que soy en general bastante “rústico” en el campo, pensé “esta gente está loca, metiendo la mando en cualquier lado!”. Bueno, esa chica era Suelem y con el correr de los días nos fuimos conociendo y… bueno, ¡el resto es historia! Ella es mi mano derecha (y parte de la izquierda) y el motor de todas las cosas “locas” que hice desde ese momento. Ella fue quien insistió en que podíamos ir a Texas con Pianka, fué quien arrancó mis limitaciones autoimpuestas para muestrear en lugares como Formosa (en colectivo), donde mis alumnos se quedaron cuatro meses y paralelamente muestrear en las sierras de Córdoba, fue quien insistió en que podría ganar un concurso en Brasil (tiene más confianza en mí que yo mismo) y es la que hasta hoy me empuja a encarar nuevos desafíos.

T: No te fuiste y ya te extrañamos, Nico. Te deseamos todo el éxito que puedas conseguir como uno de los más destacados investigadores y excelente persona que, sin duda, sos. Pero no te puedo dejar ir sin que me cuentes alguna anécdota que te haya sucedido en tus días de muestreo en el campo. ¡Sé que tenés muchas! Podés explayarte.

N: ¡Muchas gracias! No sé si lleno esos zapatos, pero ¡te agradezco la distinción! Hay muchas anécdotas, ¡en cada parte que fui siempre algo pasó!
Una de las anécdotas más bizarras que me pasaron fue en Chancaní, donde hice mis muestreos de maestría y doctorado. Durante el doctorado pasé mucho tiempo en el campo, sobre todo durante el primer año: unos 20 días por mes entre noviembre y marzo muestreando lagartos. La mayor parte de esos días la pasaba solo en la reserva. Dormía en una carpa para dos personas, tomaba agua de pozo, cocinaba con fuego, y luz… bueno, había luz desde las 6 hasta las 21 hs, cuando el sol se ponía.
Mi vida en el campo era bastante simple. En 2005 hubo una sequía muy fuerte. Prácticamente no llovió nada ese verano, al punto de que ni siquiera había chauchas de algarrobo para que comieran los animales. Hubo una gran mortandad de cabras y vacas. Generalmente mi rutina empezaba temprano a la mañana: muestreaba hasta las 11 o 12 hs, almorzaba, y después esperaba hasta las 16 hs para salir de nuevo, evitando el sol y el calor excesivo de la siesta. Una de esas veces, yo estaba en el quincho del destacamento (un hermoso quincho, muy grande y “fresco”) y escuché lo que parecía ser un mugido a la distancia. Me acordé que los guardaparques se quejaban de un toro que a veces entraba en la reserva y que causaba algunos problemas y me imaginé que ésa era la fuente del ruido. Pero después empecé a escuchar el sonido más cerca y un poco más claramente. Ya no era un mugido, sino un balido bastante débil y relativamente cercano. «A veces también entran cabras», recordé, y me dije, «deben ser cabras»”. El tema es que las cabras generalmente andan en rebaño y no se quedan tostandose al sol de la siesta, ¡mucho menos en un período de seca como ese!
El balido continuaba y mi curiosidad aumentaba. Así que, como no tenía otra cosa que hacer, fui detrá s de la fuente del balido. A unos 100 metros del quincho, abajo de un cardón y en pleno sol, había una vieja cabra acostada, con dos cuernos enormes y resecados.
Me acerqué y la cabra me miró sin moverse, balando. «Debe tener sed», imaginé. Así que fui a buscar agua en una botellita (otros 150 metros para el otro lado a buscar agua). Cuando volví, la cabra se recostó en mi pierna, le di agua, y simplemente murió. Yo me quedé duro. La muerte de un animal en esas circunstancias es una experiencia muy triste que incluso te impregna con bastante sentimiento de culpa. Si hubiera ido antes a llevarle agua capaz que se salvaba.
Me quedé muy triste por algunos días, sobre todo por experimentar en primera persona el efecto de esa sequía. La cuestión es que unos días después yo estaba en la cocina del destacamento, preparándome para salir a revisar mis trampas. La cocina tiene una ventana que da al quincho. Entonces escuché el ruido de unas pezuñas sobre el cemento y vi pasar por la ventana dos grandes cuernos de cabra. «No puede ser», me dije, «¡estoy seguro que esa cabra murió!».
Cuando me asomé, vi una cabra vieja y muy flaca, igual a la otra cabra, pero viva y caminando por la galería en busca de sombra. Yo ya estaba atrasado para salir, así que dejé la cabra y salí para el campo. Cuando volví al mediodía, me encontré a la cabra, que había tropezado con un escalón de la galería y estaba caída patas arriba, inmóvil. Cuando me acerqué, estaba llena de hormigas y con los ojos abiertos. «¡¡¡No puede ser…. de nuevo!!!», me dije. Entonces noté que se movió, tratando de levantarse. Rápido fui a buscar agua, que tomó sin levantarse. La limpié un poco de las hormigas y, como estaba tan flaca y sin fuerzas, fui a buscarle comida. No había mucho, todo estaba seco y casi no había frutos en los árboles.
Junté algunas chauchas de algarrobo y un poco de pasto y se lo puse al lado. No se levantó. Le puse la comida en la boca y comió. Después de comer todo y tomar agua, la cabra pudo incorporarse, pero no se puso de pie. Así que durante el resto del día estuve buscando comida y dándole prácticamente en la boca.
La cabra no se levantaba. Traté de ayudarla, pero nada. En el lugar donde estaba la cabra empezó a dar el sol así que había que moverla. La agarré de los cuernos, arrastré los 20 kilos de cabra por 30 metros hasta acomodarla abajo de un algarrobo y me fui al campo de nuevo. Cuando volví, la cabra estaba exactamente donde la había dejado y había comido todo hasta donde le daba el cuello. De nuevo, la agarré de los cuernos y la arrastré otros 50 metros hasta un charco de agua que se había formado debajo de un gran tala, al lado del depósito del pozo de agua.
Como verás, las distancias en Chancaní no son cortas: del quincho al baño son 80 m; de la carpa al depósito otros 80 metros; de la carpa a la cocina, 70 metros. No es un lugar para gente impaciente. Fui a muestrear lagartos por un par de horas y cuando volví me encontré a la cabra en el mismo lugar al borde del charco y dos corzuelas muertas de sed que no se animaban a tomar agua por la presencia de la cabra. De nuevo, agarré la cabra de los cuernos y la arrastré unos 20 metros para que otros animales pudieran tomar agua. Esta vez, en vez de darle comida en la boca, le hice caminos de comida para que se mueva. Así fue que la cabra se empezó a mover hasta que finalmente se levantó.
Ese tratamiento especial con la cabra duró unos tres o cuatro días, hasta que un día la cabra vieja se fue con un rebaño de cabras que pasó por la reserva.
Quiero pensar que saldé mi deuda con las cabras, pero hasta hoy cuando escucho pezuñas sobre el cemento me parece escuchar el triste balido de una cabra vieja.

Si te interesa contactar a Nico, le podés escribir a este mail: pelegrin.nicolas@gmail.com.


Nicolás Pelegrin es biólogo desde que nació y doctor en biología desde 2009. Trabaja con lagartos, serpientes y anfibios de Argentina y Brasil en el campo y patrones ecológicos a gran escala desde la computadora. Le gustan todo tipo de bichos pero no sabe identificar las especies de algarrobos. Es el orgulloso papá de Mateo y Sofía y esposo de Suelem. Usuario acérrimo de Linux, aunque le gusta mirar por la ventana.